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Torres

Opinión

¿A quién le sirven las torres en la ciudad?

POR LUIS BRUNO * - ESPECIAL PARA ARQ -

El autor asegura que las torres de perímetro libre no hacen más que depredar el tejido urbano y la calidad de vida en la Ciudad y alrededores. Y que las calles son más seguras y amigables cuando hay comercios.

Hay un creciente acuerdo sobre que el futuro supone ciudades más densamente pobladas. Hay, sin embargo, grandes diferencias en torno a cómo llevarlo a la práctica. En pocas líneas quisiera llamar la atención sobre el enorme daño ambiental, social y urbano que viene produciendo la proliferación de torres de perímetro libre en Buenos Aires. Así como se viene aplicando, este formato preferido por los desarrolladores para atraer al segmento socioeconómico mas alto, no hace más que depredar el tejido urbano y por ende, la calidad de vida en la Ciudad.

No es cierto que las torres responden a la necesidad de densificar. Vive dos y tres veces más gente en una manzana de Barrio Norte, con los edificios de altura homogénea apareados uno al lado del otro, que en una de esas manzanas ocupadas por grandes torres. Y las calles son más amigables y seguras cuando se suceden puertas de acceso y comercios, que las que rodean estas fortalezas generalmente amuralladas.

Dos casos para verlo claramente. Uno: la avenida Juan B. Justo entre Santa Fe y Córdoba es otra después de los últimos diez años de economía emergente. La democracia había urdido trabajosamente una extraordinaria actividad urbana en Palermo, a izquierda y a derecha de la avenida. Con ese potencial, en un santiamén, Juan B. Justo se pobló de torres escondidas detrás de vallados de hormigón y rejas que dibujan veredas muertas. ¿Es este engendro urbano lo que la política, los expertos y los desarrolladores porteños proponen como receta para el futuro?

Caso dos: asoma el nuevo Vicente López a metros de la General Paz. Al desafortunado aporte de una vialidad de autopista que fracturó para siempre la relación ciudad/río, se añade la aparición incipiente de enormes mamotretos de altísimo impacto ambiental que se venden como barrios cerrados o fortalezas de oficinas inteligentes en altura. ¿Qué clase de espacio público socialmente responsable nos proponen no ya los arquitectos, sino la política y la economía para ese lugar?

La ciudad es de todos. El aparente beneficio para unos pocos en ningún caso puede suponer dañar al futuro colectivo. Lo que se destruye en pocos años luego lleva décadas o siglos para ser reconstruido. La política se debe una invitación amplia a debatir y consensuar la ciudad que nos conviene. En el mientras tanto, hasta que eso suceda, los arquitectos debemos reflexionar sobre el sentido de las normas que escribimos. No se trata de rechazar estos encargos si es que nos tocan. Se trata de utilizar responsablemente los espacios de debate y los lugares de actuación pública y liderar la defensa del bien común en los temas que nos atañen. Para salirnos además del triste rol de ser los firmantes, a muy bajo costo, del lucro de terceros.

Hace casi cuatro décadas, nuestros referentes urbanistas, imbuidos del espíritu higienista moderno, idearon el englobamiento de parcelas, mecanismo por el cual se le conceden beneficios especiales a quienes unifican lotes, uno de los cuales es la posibilidad de ganar altura. La figura normativa abrió la puerta ingenuamente a la torre de perímetro libre, formato que viene irrumpiendo por todas partes en Buenos Aires y alrededores, alterando la continuidad de calles y avenidas y, lo que es peor, afectando negativamente la vida urbana en el espacio público aledaño. Hay preguntas que debemos formularnos. Pensemos que una manzana de Buenos Aires tiene al menos una veintena de parcelas. ¿Preferimos un consorcio opulento a veinte consorcios medios? ¿Hemos escrito las normas para alentar al gran comprador y a la gran empresa en lugar de pequeñas y medianas? ¿Y para que allí trabaje un solo profesional en lugar de veinte de nosotros? ¿Preferimos muros y casillas de seguridad en lugar de puertas y comercios? Por donde se las mire, las torres porteñas hacen agua.

Las soluciones están y existen en Buenos Aires. Mientras discutimos la ciudad que nos conviene, hagamos que el perímetro de las torres que pisa el suelo sea a su vez línea municipal. Así, todo lo que queda por fuera de la pisada de la construcción sería espacio público y lo que se cede para obtener el beneficio de la mayor altura sería genuinamente una cesión y no solo una toma de ganancias mayores. Cuánto mejor sería la ciudad al pie de esos edificios, si en sus plantas bajas tuvieran comercios y si lo que hoy son amenities privados fueran plazas públicas. Otra opción es añadir cuerpos sobre las líneas municipales para reconstruir las calles. Una entrega adicional de FOT y FOS para que ello ocurra sería una concesión pública de alto valor urbano. Estas sugerencias finales solo apuntan a no centrar la crítica a las torres porteñas en su forma arquitectónica ni en su estética; eso resultaría una banalidad. Pongamos el foco en el ostensible daño que realizan a la calidad de vida de Buenos Aires, porque como dijo alguna vez Jane Jacobs, la activista urbana canadiense fallecida en 2006, “una ciudad no es el skyline de sus edificios, es la vida en los intersticios”.

* Arquitecto - Decano electo de la FADU - UBA

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